martes, 25 de noviembre de 2014

Una bolsa y un amor


A mi lado derecho, personas. Vienen y van. Algunos caminan rápido y mirando hacia el frente, como si desearan alcanzar algo con tantas ganas que no les importa chocarse conmigo y con el resto al pasar. A mi lado izquierdo, la autopista. Los carros vienen y, al otro lado de la calle, van. Cada auto es una ráfaga de viento que me revuelve la ropa, el pelo y las ideas. Frente a mí, una línea amarilla, larga e imponente. Camino sobre ella. Voy y vengo repetidas veces. 

Soy consciente de que se aproxima un fuerte vendaval , pues un bus bastante grande se distingue a lo lejos. Mantengo la frente alta, como si quisiera enfrentar el humo y, sobre todo, la tierra y polvo que este traerá consigo. Cada vez está más cerca, pero conservo mi convicción. 

Empiezo a sentir como un pequeño ventarrón está a segundos de golpearme, pero no viene solo, viene con algo más, algo gris y sin forma, que no puedo distinguir. Me atacó, aquella cosa deforme y gris me atacó y fue directo a mi cara y fue directo a mi boca. No solo ingerí los kilos de polvo y tierra que venían con la ráfaga de viento causada por aquel maldito bus, sino que me comí varios kilos de sabe Dios qué, que tenia esa bolsa gris encima. Sí, era una bolsa y era blanca, pero la ciudad había hecho lo suyo con ella y ahora era gris.

 Entre quejas y a punto de largarme de ese lugar, busqué un basurero donde depositarla, porque quizá adentro no hubiera más que preservativos usados o la asquerosa basura de un infeliz. Pero no sin motivo alguno Lima es la ciudad más sucia de Latinoamérica y esa tarde descubrí el porqué: la grosera falta de basureros. 

Estaba obligada a cargar con aquella estúpida bolsa. Decidí ignorarla, hacer de cuenta que no estaba ahí. Al fin y al cabo, no se merecía mi interés, puesto que era la causante de mi futura infección intestinal. Sin embargo, al palparla mejor, pude notar que su contenido se asemejaba mucho más a algún tipo de papel, que a un condón o a la cáscara de un plátano. Quizá exagere. Quizá debería abrirla y meter mis narices. Total, es mi bolsa. A mi me atacó, a mi me eligió.

Analicé todas mis opciones ¿Debía abrirla en otro momento o sería más conveniente hacerlo en ese lugar? de esta manera, si lo que había adentro me involucraba en un asesinato podría tirársela en la cara, precisamente en la boca, al primer iluso que pasara. Tendría que ser más tarde, pues se dirigía hacia mi otra ráfaga, pero esta vez era la que me lleva diariamente a mi casa. 

La abrí en el camino, porque eso de la paciencia nunca se me dio. Un par de fotos, con las que el tiempo había hecho lo suyo y un papel ya marrón, que parecía una carta. ¿Pero qué carajo era eso? 

Parque kennedy y su inigualable olor a gato. No podía dejar de pensar en sus rostros, en sus vestimentas, en el lugar. No parecía un tiempo muy lejano. Parecía el 2000 o los 90's. ¿Y la carta? Podía ser de amor, de odio, de perdón. En el peor de los casos (para mí) de confesión. Ya en mi cama y con un poco de miedo, empece a leer la bendita carta.

"No voy a glorificar o romantizar un corazón roto. Para mí fue como la muerte, y fui forzada a seguir a viviendo". Mierda. Me sentí tan identificada con esa frase, que dudé en seguir leyendo. Tal vez esa mugrosa bolsa había caído en mis manos (mejor dicho en mi cara (mejor dicho en mi boca)) por alguna razón.  

Era una carta de despedida. Ella se despedía de él y leerlo no era fácil. Cada palabra estaba tan bien dicha, tan bien puesta en su lugar, que jamás te atreverías a cuestionarla, a pedirle que se quede. Mis lágrimas arruinaban más el papel. Lo arruinaban más de lo que ya estaba. Muchas palabras las había borrado el tiempo y la tierra, eran imposibles de entender. El misterio estaba llegando a su fin. Los de la foto eran ellos. Eran ellos pero felices. Eran ellos de la mano. Y en la otra foto eran ellos y más gente. Eran ellos mirándose, sonriéndose. 

Esta no era la primera carta. Ella hablaba de la anterior. En una parte, ella le hablaba a Dios. No, no le hablaba, le reclamaba. Amarga, destrozada, deshecha son algunos de los adjetivos con los que describía su pesar. Le preguntaba a Dios donde mierda estaba. Le recriminaba que ella le había dedicado su vida entera, como la Biblia manda. Entonces, maldita sea, dónde estaba su recompensa. 


Y se fue. No termino de escribir la carta, porque decidió marcharse antes. Quizá nunca la mando. Y si lo hizo, tal vez él nunca la recibió. La tinta de las última palabras de una frase no completa estaba corrida. Intuyo que fue una lágrima. Intuyo que no termino aquella frase, porque no era necesario.  Intuyo que sí se puede morir por amor.