¿Cuántas
veces me “cortaron el rostro”? Muchas. Muchas veces, en serio. Algunas fueron
directas, otras indirectas; pero fueron muchas. Muchas más que mi edad, muchas
más que la cantidad de días en un mes, muchas más que la cantidad de chicos que
alguna vez me gustaron, muchas más de las necesarias, muchas más de las que alguien
debería tolerar.
La
mayoría de esas veces me cortó el primer individuo que me llegó a gustar en serio,
a quien vamos a llamar O (Cabe resaltar que no es la inicial de su nombre ni su
inclinación política). La veces restantes me cortaron X’s, que tardé más o
menos dos días en superar.
Miento.
Hubo una cortada que me costó bastante superar y que, para ser sinceros, me
tardó mucho muuuuucho más de dos días. ¿El desgraciado? ¿El maldito?
¿El infeliz? Alguien que siquiera estuvo cerca de ser mi novio o algo parecido.
Lo llamaremos K (Sí, me esmeré en buscar la letra más fea del abecedario, sin
ánimos de ofender a nadie. [un poquito nomás]). ¿El motivo de la incisión?: “No
te puedo hacer feliz” seguido de un “No quiero que sufras” (Era crucial, tenía
que parecer que era lo mejor para mí y no lo mejor para él y la lista de
chibolas que todavía no se ha hecho).
Oh, darling!
O estás apuntando al lado equivocado o tienes una puntería bastante mala
(…pajero). Claro que no me puedes hacer feliz, es obvio que esa no es tu parte.
Yo me tengo que hacer feliz sola y después invitarte a disfrutar de eso, como
si fueras un huésped con un paquete de todo incluido en un hotel cinco estrellas
o un niño de 10 años en un parque de diversiones . Se supone que tendría que
ser algo parecido al puto Disneyland y, la verdad, me parezco más a un
cementerio. No puedes pues, no puedes ayudarme; pero sí puedes acompañarme,
puedes tratar de entenderme, puedes tener toda la paciencia del mundo, puedes
citar a D.H Lawrence hasta hartarte, puedes preguntarme miles de veces qué me
pasa sabiendo que la respuesta siempre será la misma: Nada, yo puedo hacerme
feliz sola.
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